Ed Brubaker vs. PG

En la prehistoria de esta bitácora existió una vez un enlace a la página de Ed Brubaker. Este señor es un autor de comics que comenzó como guionista y dibujante de sus trabajos, pero que últimamente se dedica exclusivamente a escribir historias para otros, como la excelente «Escena del crimen» publicada en la colección Vertigo. Durante mucho tiempo he ido detrás de sus primeros comics: «Lowlife«, «At the seams» y «Detour». Los pedí por internet, y despues de 8 (ocho) meses me han llegado. Sorpresa total. Aún no los he leído todos, pero el más interesante me parece «At the seams», tres narraciones aparentemente independientes entre sí, pero que cuentan lo mismo (una historia de celos y amistades traicionadas) desde diferentes puntos de vista. Nada nuevo, pero cuando algo se cuenta con pasión (y este es el caso) suele dar en la diana. Se le pueden poner pegas al dibujo, se nota que el tío sufre dibujando y no es ningún fiera, pero el regusto final compensa. En cuanto acabe esto me lo volveré a leer. No pensaba hablar de comics cuando he encendido el ordenador, iba a escribir sobre Peter Gabriel. Pero hay tanta gente escribiendo estos días sobre Peter Gabriel y tan poca sobre Ed Brubaker que he decidido compensar un poco.

Cine digital y el tiempo de los pintores

Decía ayer Erice que las herramientas digitales le darán al cineasta el tiempo que poseen los pintores. No entiendo lo que quiere decir, pero estoy de acuerdo. Yo asocio más las camaritas y el software al papel y lápiz con el que cualquiera podría (es un decir) escribir el quijote. Los ceros y unos hacen que al final todo dependa del talento y el rigor (más de esto último que de aquello otro). Y la cosa se convierte en complicada, porque la facilidad y promiscuidad la de las herramientas llevan directamente a la relajación. Relajación digital, eso sí. Sólo nos daremos cuenta de esta revolución cuando se descubran en los discos duros y DVDs grabables domésticos obras maestras de cineastas que jamás exhibieron su obra en un festival o una sala de proyección, de la misma forma que se encuentran obras maestras postumas de escritores desconocidos en vida. ¿Pasará alguna vez algo así? Es difícil, porque el hambriento de imágenes y sonidos es exhibicionista de por sí, y está ávido de audiencia. Aunque yo conozco personalmente algunas negaciones de esta afirmación, y simplemente espero que no se nos mueran con sus obras maestras en eterna fase de montaje.

Gazapos

Como ya dije, estamos seleccionados en el festival de El Cairo (15-25 de octubre). En los últimos días he recibido unos cuantos faxes con instrucciones para enviar la copia de la película y otras indicaciones. Lo curioso es que en ningún fax aciertan con mi nombre, el de la productora y mucho menos el de la peli. En el primero, la productora se llamaba «Salto do Eje» (a la brasileña) y luego «Doeje» a secas. Yo aparecía como «Juliano» Gimenez, y el film ha sido denominado sucesivamente «Hacemo falta», o «Antonia» (?!). Todo esto, claro está, no tiene ninguna importancia. Lo que pasa es que me he reído un ratillo cuando en el último llaman a la peli «We don’t make mistakes» (No cometemos errores).

Ahora me meto con el basket

Durante el mundial de fútbol ya enchufé algunos posts hablando de la perspectiva del mundo que tienen algunos (muchos) estadounidenses, y me servía del deporte para situarme un poco en el mundo globalizado liderado por nuestros amigos los norteamericanos. Ahora que se está celebrando el «mundial» de basket en los USA, voy a darle un poco de caña al mismo tema, pero esta vez con la canasta de por medio.

He puesto «mundial» entre comillas porque ellos consideran este torneo como «liga de naciones», ya que el verdadero campeonato mundial es la NBA. El anillo que entregan a los jugadores campeones de liga lleva inscrita la leyenda «campeones del mundo». Quizás no es prepotencia, es sólo una evidencia: los mejores jugadores del mundo están en la NBA. Pero detrás de la evidencia hay lecturas más detalladas.

En este artículo del Indianapolis Star referido al equipo español, se dedican muchas líneas periodísticas para desmentir una creencia que se daba por cierta en los círculos baloncestísticos norteamericanos: en España no se sabía jugar al basket hasta que el equipo de Estados Unidos, el Dream Team, les enseñó en las Olimpiadas del 92 en Barcelona.

Como lo lees. Los jugadores españoles eran unos patatas hasta que vieron en persona a Michael Jordan, y fue sólo entonces cuando los padres de Gasol decidieron engendrar un ala-pivot con buenos fundamentos de ataque. Menos mal que una entrevista a Garbajosa (qué bueno es este tío!!) les saca de dudas: existieron una vez un tal Epi, y un Corbalán, incluso hubo un tal Fernando Martín que jugó en su NBA. Y en 1984 la gente se sabía de memoría los nombres de todos los jugadores que ganaron la plata olímpica en Los Angeles.

Pero en el fondo de esta anécdota vuelve a pasarme por la cabeza lo mismo, sólo los ganadores escriben la historia, y en Estados Unidos no solo reescriben la suya propia a través de la avalancha cultural que nos aplasta de forma tangible o intangible. Resulta que también reescriben la nuestra, la tuya y la mía. De pronto descubro implantado en mi cerebro un nuevo recuerdo. Tengo catorce años y estoy mirando atónito ese extraño y alto artefacto culminado en un arito con red que hay en el patio de mi instituto. Y mientras lo escruto con cara de gilipollas, no puedo adivinar para qué coño sirve.