감사

La mujer de los guantes blancos va extrayendo prendas de la maleta. Jersey, camisa, camiseta y calzonzillos. Teclado, cables usb y neceser de los chinos. Bajo la última acumulación de calcetines desparejados aparece lo que estaba buscando: una caja rectangular de terciopelo azul y rojo que ha llamado la atención a su colega del escáner. Cuidadosamente abre el cerrojillo con el pulgar y el índice de la mano derecha, y mira secretamente lo que hay dentro. Luego profiere un pequeño grito mientras me vuelve a mirar.

-Aaah, trophyyyy!

La mujer está contenta. Enseña a sus compañeros seguratas el trozo macizo de cristal como si lo hubiera ganado ella. Eso dura un rato que se me hace largo. Un japonés me observa mientras se vuelve a poner el cinturón. Ahora se trata de volver a poner los calcetines y los gayumbos en su sitio, y lo liquidamos rápido entre los dos, la mujer del uniforme azul y yo mismo. Esta vez va todo a huevo, unas cosas encima de las otras, y la maleta acaba abultando el doble con el mismo contenido.

Me esperan once horas en modo avión. He pasado cuatro días en una ciudad apabullante y vuelvo contento. La empleada de seguridad del aeropuerto de Incheon está tan feliz como yo.

Luego en el avión me dormiré, y me despertará la voz del piloto. De su letanía en coreano cerrado solo acierto a entender la palabra Donald, y aunque me acabo de despertar sé perfectamente que no se está refiriendo al pato.