Un año complicado

Los ensayos de Máxima Pena

Poniéndolo todo en perspectiva, y en un momento en el que parece que todo se desmorona, rescato el 2005, cuando tuve que irme al extranjero a trabajar porque parecía que en mi país no había sitio para mí. En medio de aquel caos, volví a rodar después de 4 años, un corto en una mañana. Aquel corto era «Máxima pena» y le debo mucho.

Siete años después, y en el plazo de una semana, hemos renovado los contratos de distribución internacional de «Máxima Pena» y «Libre Indirecto». Dos serias distribuidoras, Future Shorts en el Reino Unido, y Kurz Film Agentur en Alemania, confían todavía en la carrera comercial de ambos cortos por cinco años más. «Son unos clásicos», me dicen. Hemos restaurado la imagen en HD y remezclado el sonido. Están listos para verse en las salas con nuevos proyectores digitales.

Hace poco recibí una carta de un profesor de cine de la universidad de Ankara en Turquía. Durante años había usado el inicio de «Sed de mal» para explicar el plano secuencia a sus alumnos. Ahora me escribía para comunicarme que desde que vio mis cortos utilizaba «Máxima pena» en lugar del fragmento de Mr. Welles.

Nadie se acuerda de los almacenes italianos y alemanes que ayudé a informatizar para ganarme la vida en el verano de 2005. Fue un año complicado.

18 300 kilometers = 11 371.0928 miles

Supongo que no hace falta meterse 11.371,0928 millas en el cuerpo para rodar una película. Se puede encender la cámara en la habitación de uno y punto. O ni siquiera eso, trabajar con metraje rodado por otros, montarlo y sacar películas estupendas.

Lo que marca la diferencia en este caso concrecto es que yo no elegí este viaje fílmico, sino que él me eligió a mí. Tenía sin embargo dos opciones, aceptar el asunto o quedarme en casa, y elegí la primera, aún con todos los condicionantes en contra. La peli aún tiene mucho recorrido por delante, pero ya puedo decir que la aventura ha valido la pena. Recorrimos 14 estados, hicimos 12mil kilómetros por aire y más de 6mil al volante. Teníamos todos los números para caer por el precipicio como lemmings sin rumbo, pero cada destino nos iba encauzando al siguiente por arte de magia, como si una mano invisible nos guiara al mejor de los espacio-tiempos posibles.

Algo de suerte ha habido en todo esto, pero no es la causa principal.  Allí estaban N., L. y J., como si ir de motel en motel y plantar el trípode a la mínima oportunidad fuera su designio vital.

Les debo una película, espero poder recompensarles pronto.