Supongo que no hace falta meterse 11.371,0928 millas en el cuerpo para rodar una película. Se puede encender la cámara en la habitación de uno y punto. O ni siquiera eso, trabajar con metraje rodado por otros, montarlo y sacar películas estupendas.
Lo que marca la diferencia en este caso concrecto es que yo no elegí este viaje fílmico, sino que él me eligió a mí. Tenía sin embargo dos opciones, aceptar el asunto o quedarme en casa, y elegí la primera, aún con todos los condicionantes en contra. La peli aún tiene mucho recorrido por delante, pero ya puedo decir que la aventura ha valido la pena. Recorrimos 14 estados, hicimos 12mil kilómetros por aire y más de 6mil al volante. Teníamos todos los números para caer por el precipicio como lemmings sin rumbo, pero cada destino nos iba encauzando al siguiente por arte de magia, como si una mano invisible nos guiara al mejor de los espacio-tiempos posibles.
Algo de suerte ha habido en todo esto, pero no es la causa principal. Allí estaban N., L. y J., como si ir de motel en motel y plantar el trípode a la mínima oportunidad fuera su designio vital.
Les debo una película, espero poder recompensarles pronto.