Localizaciones

Texto encontrado en una libreta, escrito a mano un indeterminado día laborable de diciembre de 1997. No se han cambiado nombres de personas ni de lugares.

A las 15:00 horas estamos comiendo en el Bar-Restaurante Agustín, Albalate del Arzobispo.

La conversación versa sobre el equipo perfecto para una película del tipo que pensamos llevar adelante.

Lu, Cristina, Javi salen en la conversación. Decido no viajar a la Rioja y volver a BCN. El menú: Chuletón, oreja, patatas fritas y ensalada del tiempo.

El plan de la tarde: Ir al encuentro de José Ángel en Albalate mismo. José Ángel nos pone en contacto con Germán, quién conoce a Víctor, el dueño del Shangai.

Encontramos a Víctor en un cutre-bar de Samper. Hemos tenido suerte. Es un tipo de unos cincuenta y pico, mal llevados. Poco después nos enteraremos de que se suele enchufar “una botella de ponche diaria” y así le sienta al hombre.

Víctor no quiere colaborar personalmente en mostrarnos el Shangai. Pere y yo nos mantenemos alejados de la negociación, es Óscar quien lleva el peso del asunto. Víctor se levanta del taburete en el que parecía injertado y se dirige al fondo de la barra. Efectúa una llamada telefónica. Se tira 15 minutos hablando.

Al cabo de un rato de haber colgado y vuelto a su taburete particular, aparece por la puerta un tipo pequeño, enjuto, con barba descuidada, pelo semi-grasiento y una cicatriz mal curada en el pómulo izquierdo. Pronto sabremos que se llama Mariano y tiene 37 años. Ninguno de nosotros hubiera acertado su edad. Nos indica que debemos seguirle. Salimos de Samper en la furgo, y a rebufo de la Trans del Mariano nos presentamos en el Shangai en pocos minutos.

Estoy preocupado porque no llevo el vídeo, y la película fotográfica que me queda es de 100 ASA, demasiado poco para la luz que nos espera.

Mariano nos conduce a la parte trasera del Shangai, donde se esconde un nada desdeñable generador eléctrico.

Dos intentos bastan para ponerlo en marcha. Nos cuenta que hasta hace poco había uno más pequeño que le traía muchos problemas. Dos, tres viajes por mes a Zaragoza. Sesenta, setenta billetes por reparación.

No salía a cuenta.

Mariano va tomándose confianza y sus silencios son cada vez más cortos. Entramos por primera vez en el Shangai con las tenues luces del piso superior encendidas. La parte de abajo aún escondida por la penumbra. Ascendemos por unas estrechísimas escaleras y ya estamos en el piso superior.

Tres habitaciones y el privado.

El dueño es el Víctor, pero el Mariano ha alquilado el local y lo maneja a su antojo. Ha llegado a tener hasta siete mujeres en los mejores momentos del Shangai. Tres durmiendo en el privado y una en cada habitación pequeña. Hago la suma y me salen seis mujeres durmiendo, pero quién soy yo para contradecir las matemáticas del Mariano.

Nos cuenta que antes aún estaba peor la decoración. Al menos ahora las habitaciones tienen bidet y lavabo, y comprobamos que así es, que el Mariano está en lo cierto. Todas tienen bidet y lavabo al lado del camastro que preside cada escasísima estancia. Si no fuera por la luz roja de laboratorio fotográfico amateur que alumbra cada uno de los cuartos, podría tratarse perfectamente de celdas carcelarias.

Me introduzco en una de ellas para hacer algunas fotos con el temporizador y se me cruza entre las piernas un ratoncillo. Encaja perfectamente con el local.

Al rato, y después de que Pere y yo hagamos unas cuantas fotos más, bajamos al piso inferior. Allí el Mariano, sin dejar de dar conversación continua a Óscar, enciende los fluorescentes y las luces puntuales de la barra, dejando al descubierto el centro neurálgico del Shangai. Es perfecto para la peli. Y si no es perfecto, haremos que lo sea.

Pere le pide que encienda las luces del exterior. El Mariano accede porque está de buenas, se le nota. Salimos y hacemos unas fotos.

El Mariano está preocupado por si alguien va a creer que tiene el local operativo. Se apagan las luces.

Luego se sienta en uno de los taburetes y arranca la narración. Aquí es donde el Mariano comienza su historia y ya no parará hasta que abandonemos el Shangai una hora más tarde.

Comienza diciendo que había una vez en el Shangai una cubana de cuidado, y que el boca a boca hizo que viniera gente desde comarcas más lejanas que nunca. La gente aparcaba detrás del local para que no les reconocieran el vehículo.

Que los lugareños dicen a sus parientas que se van toda la noche a regar y se pasan la noche regando el coño de alguna en el Shangai.

Que le quitaron el carné de conducir por dar 0,43 (¿?) en el control, y que al no poder usar el coche se tiró dos meses viajando a pie por los ribazos. Que algunos clientes fijos se llevan a las mujeres fuera del Shangai a pasar la noche, mientras que otros se quedan en el local hasta pasado el mediodía y se marchan sin despedirse de nadie, porque el local ya está vacío. También hay alguno que se sube a dos a la vez a la habitación.

Que una mujer de Zaragoza le proporciona mozas, casi todas sudacas (sic). Que no le enrolla nada que las mujeres se droguen. Un canuto, un poco de chocolate, pase. Más, o más fuerte, es peligroso. Que tuvo a una que se enchufaba de todo antes de comenzar la noche y así aguantaba el curro diario. Que en verano no hay negocio, las mujeres se van a la playa, a Benidorm o a Salou. Eso sí, las pocas que se quedan suelen ponerse a tomar el sol en el porche del Shangai, o por la tarde al fresco, y muchas noches cenan fuera. Que las mujeres tienen derecho a tres consumiciones pagadas por la casa, aparte de lo que saquen a los clientes. Muchos de estos clientes sólo van a divertirse, y pasan bastante de las mozas. Que ha tenido sus tiras y aflojas con los guardias civiles de la zona. Denuncias, multas, papeles en regla. Si el Víctor está en el local la cosa cambia. Los guardias civiles lo respetan.

Un día apareció un albañil en paro borracho preguntando si su mujer trabajaba en el Shangai.

Se puso borde y el Mariano tuvo que darle un par de bastonazos en las costillas y echarlo a patadas del local. El albañil lo denunció y la guardia civil volvió a tener sus tiras y aflojas con el Mariano. Todo acabó relativamente bien.

Últimamente la guardia civil no lo molesta. Ven las luces encendidas, rodean el local y se marchan.

Si el Mariano oye llegar algún vehículo y tras un tiempo razonable nadie entra en el local, agarra el palo que guarda debajo de la barra y se prepara para lo peor.

Una vez, cuatro tipos, dos de ellos encapuchados, intentaron darle el palo detrás del garito. En otra ocasión la Susana intentó engañarle con la recaudación nocturna, cuando estaba claro, por las cajas de refrescos vacías, que por lo menos se habían consumido setenta mil pelas. No las dieciocho mil y pico que le ofrecía la Susana.

Una noche vinieron a visitarle sus colegas de la competencia. Tuvo una discusión con ellos sobre los precios que deben regir en los clubs de la zona. Le hicieron ver que un agua no puede valer 500 pelas, por mucha cubana que tenga en plantilla. Al final consiguió un buen pacto: quince días con los precios inflados, y luego ir reduciendo el margen comercial poco a poco.

En invierno, las mujeres vuelven al Shangai, o si no, a la carretera de Valencia, que también hay negocio allí. Otras chicas se van a hacer la plaza un mes. Pero ninguno de nosotros entiende lo que es hacer la plaza. Nadie se atreve a interrumpir al Mariano y preguntarle.

Nos dice que en el local faltan un par de máquinas tragaperras, y que cuando pongan la luz las colocará por ahí.

Bruscamente, nos informa de que ha de cerrar. Nos subimos a la furgo y nos vamos. Por la mañana, ya de vuelta para Barna, pasaremos una última vez por delante del club.

Tendremos suerte, porque hará un buen día, y los tres podremos imaginarnos a las mujeres del Mariano tomando descuidadamente el sol en el vacío porche del Shangai.